sábado, 14 de enero de 2012

TEMA 3: PROCESOS DE SOCIALIZACIÓN (I)



El saber qué hay de innato y qué hay de cultural en el comportamiento del ser humano es algo que ha preocupado a disciplinas como la sociología, la psicología social, la antropología, etc.,  desde sus inicios. Cada una de ellas han buscado teorías para explicar el comportamiento humano y, muchas de éstas han ido perdiendo validez por las implicaciones ideológicas tan importantes que llevaban tras de sí.

Todas las teorías se han agrupado en torno a dos grandes corrientes: innatismo y ambientalismo.

El innatismo defiende, en líneas generales, que el comportamiento humano está determinado desde el momento en que un individuo nace. Cada individuo tiene una herencia genética que no puede eludir, y que es independiente del entorno, al que relega a un segundo plano.

El ambientalismo, le atribuye en cambio la responsabilidad de la conducta del individuo al entorno en que éste nace y, fundamentalmente, crece.

Por supuesto es necesario decir que dentro de ambas tendencias se han desarrollado teorías muy extremas que desvalorizan a la postura contraria, pero también teorías que aunque tiendan más al innatismo (por ejemplo) no descartan la influencia del ambiente.

Por otra parte, me resulta interesante el hecho de que haya ciencias que estén construidas en torno a una de estas dos tendencias. De hecho la sociología y la antropología son ciencias que siempre buscan la explicación de los comportamientos y costumbres humanas en los ambientes sociales y culturales de los individuos. Del mismo modo, la biología defiende que la influencia de la genética es mucho más importante y determinante de las conductas.



Como decía anteriormente, me resulta interesante porque si estas tendencias han tenido fuerza como para que se desarrollen ciencias de tanta importancia como las citadas, no parece discutible el hecho de que han tenido unas repercusiones de suma importancia en la sociedad. El innatismo se ha empleado a menudo para justificar desigualdades raciales, de género, e incluso de clases. Por otra parte considero que es muy desesperanzadora y, sobre todo para un educador social, difícil de aceptar, puesto que el determinismo que lleva implícito y el “no puedo hacer nada por cambiarlo” cierra mucho el campo de posibilidades de actuación de profesionales que trabajan desde el convencimiento de que el cambio de la persona es posible y que, en realidad, todo es aprendido. Es, al fin y al cabo, que encuentro esta teoría opuesta, ya no solo a mi opinión personal, sino al contenido de esta asignatura (que tenemos bajo el lema “desaprender lo aprendido”) y de forma más amplia a la Educación Social en sí.

Por otra parte, aunque el ambientalismo y los valores que en torno a él se han generado (cooperación, igualdad, solidaridad, etc.), pueden considerarse utópicos, y aunque haya que tratarlos con cuidado para no derivar en dictaduras legitimadas por “buenos valores”, para mí abre muchas puertas y anima a los que, como yo, algún día esperamos poder cambiar la vida de muchas personas desde la educación o la reeducación.

 Considero que ni la herencia genética ni el ambiente son determinantes, porque es una palabra que creo que hay que emplear con cuidado. Desde mi punto de vista los individuos desarrollan un modelo de conducta en función de muchas circunstancias que confluyen generando un comportamiento variable  y cambiable, y que dichas circunstancias pueden deberse tanto a características innatas como aprendidas o percibidas en el entorno durante el proceso de socialización.

El proceso de socialización se ha definido como la incorporación de un individuo a la sociedad de la que forma parte a través de vínculos necesarios (características comunes) con el resto de individuos que la forman. Cómo se generan y mantienen estos vínculos y cómo el desarrollo de los individuos, sobre todos niños y jóvenes, está condicionado por la sociedad en la que viven, todo esto se produce en el proceso de socialización.

Una sociedad, para ser concebida como tal, tiene que tener una estructura que posea mecanismos de reproducción, para incorporar a nuevos miembros o para derivar en una nueva sociedad (con una nueva estructura) que se adapte a los cambios. Pueden ser de dos tipos: adscripción identitaria o control social.

El control social está basado en la necesidad de vivir en grupo, que hace que el individuo esté supeditado al grupo y tenga que controlar sus actos y pensamientos para adaptarse a lo que el grupo haya definido como la norma. En el mejor de los casos, destacar en el grupo puede suponerte ser llamado “raro”, el problema se produce cuando se toman medidas como la agresión física (por ejemplo).

La construcción de la identidad es algo mucho más profundo. Conlleva pertenecer de forma voluntaria a un grupo determinado por compartir valores, símbolos, concepciones… En la adquisición de la identidad juega un papel muy importante la teoría de los roles. Los roles son los papeles definidos, aceptados e interpretados por los individuos. Dichos roles se interpretan en función de las situaciones sociales tipificadas (por ejemplo ir al médico o a la escuela). Cuando se observa que los roles no se adaptan a dichas situaciones se emplean entonces los mecanismos de control para poner solución al conflicto. La práctica de las actividades asociadas a estos roles es lo que va configurando la personalidad de los individuos, sobre todo por las implicaciones emocionales y psicológicas que conlleva. Por otra parte, hay momentos en los que se produce un cambio de rol, que supone asumir un nuevo papel. La ritualización de ese cambio se ha denominado ritual de paso, que tiene como objetivo que el individuo y la sociedad lo asuman y actúen en consecuencia. Pero lo cierto es que esto es poco frecuente, y que en las sociedades modernas se produce a menudo un conflicto entre roles que lleva a crisis internas en los individuos. Lo que quiero decir con esto es que los roles que interpretarnos llegan a definirnos por completo, por lo que nos produce un fuerte impacto encontrarnos ante dos roles que se contraponen, obligándonos a decidir según lo que creamos que es mejor o peor. El problema es que el hecho de interpretar un rol hace que una persona se haga de una forma y no de otra: “un médico no deja de ser médico cuando se quita la bata, un policía no deja de ser policía cuando se quita la gorra”. Como vemos, la importancia de los roles en el desarrollo de la sociedad y, el aprendizaje de dichos roles durante el proceso de socialización, es algo indiscutible.

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